domingo, 30 de septiembre de 2012

Atribuido a, Arturo Pérez Reverte en su twitter...

"La Cultura, la Educación, la Sanidad, las clases altas, medias y bajas, expoliadas. Y el disparate administrativo-político-autonómico, ni tocarlo. A ver si lo he entendido, señor presidente… Hasta por morirme debo pagar un 21 %...

A ver si lo entiendo. Insisto. Alemania tiene 80 millones de fulanos y 150.000 políticos. España, 47 millones y 445.000 políticos. Sin contar asesores, cómplices y colegas. O en Alemania faltan políticos, o aquí sobran. Si en Alemania faltan, apenas tengo nada que decir. Si en España sobran, tengo algunas preguntas.

Señor presidente. ¿Para qué sirven 390 senadores (con la brillantez media y la eficacia política media de un Iñaki Anasagasti, por ejemplo)?

¿Para qué sirven 350 diputados y 54 eurodiputados? ¿Nos apañaríamos peor de lo que estamos con la mitad? ¿Me lo dice en serio?

¿Para qué sirven 74.000 alcaldes y concejales, cada cual con su paquete adosado de asesores de ambos sexos y sexas?

Subpregunta: si un concejal de Villacantos del Botijo, por ejemplo, necesita contratar a 15 asesores... ¿Para qué puñetas sirve ese concejal, aparte de para dar de comer a numerosos compadres y parientes?

¿Para qué sirven 1.206 parlamentarios autonómicos y 1.031 diputados provinciales? ¿Sabe usted lo que cobra toda esa gente? ¿Y lo que come? Ese tinglado regional, repartido en diecisiete chiringuitos distintos, duplicados, nos cuesta al año 90.000 millones de euros. Con ahorrar sólo la mitad... Eche usted cuentas, señor presidente. Que yo soy de Letras.

En vista de eso, ¿cómo es posible que el Gobierno de este putiferio de sangüijuelas y sangüijuelos se la endiñe a las familias y no a ellos? Que en vez de sangrar a esa chusma, se le endiñe a la Dependencia, a la Sanidad, a la Educación, a la Cultura, al pequeño comercio? ¿A la gente que de verdad lucha y trabaja, en vez de a esa casta golfa, desvergonzada y manifiestamente incompetente? A ese negocio autonómico absurdo e insostenible, del que tanta gentuza lleva viviendo holgadamente desde hace más de treinta años. 17 parlamentos, 17 defensores del pueblo, embajadas propias, empresas, instituciones. Negocios casi privados (o sin casi) con dinero público.

El único consuelo es que a esa pandilla depredadora la hemos ido votando nosotros. No somos inocentes. Son proyección y criaturas nuestras. Treinta años engordándolos con nuestras imbecilidad y abulia política. Cuando no con complicidad ciudadana directa: Valencia, Andalucía... Con unos tribunales de Justicia cuando no politizados o venales, a menudo lentos y abúlicos.
El golfo, impune. Y el ciudadano, indefenso. Esos políticos de todo signo (hasta sindicalistas, rediós) puestos en cajas de ahorros para favorecer a partidos y amiguetes. Impunes, todos.

Me creeré a un presidente de Gobierno, sea del color que sea, cuando confiese públicamente que este Estado-disparate es insostenible. Cuando alguien diga, señor presidente, mirándonos a los ojos, “voy a luchar por un gran pacto de Estado con la oposición. Me voy a cargar esta barbaridad, racionalizándola, reduciéndola, controlándola, adecuándola a lo real y necesario. Voy a desmontarles el negocio a todos los que pueda. Y a los que no pueda, a limitárselo al máximo. A lo imprescindible. Aquí hay dos autonomías históricas que tendrán algo más de cuartelillo, dentro de un orden. Y el resto, a mamarla a Parla. Y el que quiera entrar en política para servir al pueblo, que se lo pague de su bolsillo”.

Pero dudo que haga eso, señor presidente. Es tan prisionero de su propia chusma político-autonómica como el Psoe lo es de la suya. Ese toque de jacobinismo es ya imposible. Tiene gracia. No paran de hablar de soberanía respecto a Europa quienes son incapaces de ejercerla en su propio país. Sobre sus políticos. Dicho en corto, señor presidente: no hay cojones. Seguirán pagándolo los mismos, cada vez más, y seguirán disfrutándolo los de siempre. El negocio autonómico beneficia a demasiada gente.

Usted, señor presidente, como la oposición si gobernara, como cualquiera que lo haga en España, seguirá yendo a lo fácil. A cargar a una población triturada, con cinco millones de parados, lo que no se atreven a cargar sobre sus desvergonzados socios y compadres. Seguirá haciéndonos aun más pobres, menos sanos, menos educados. Hasta el ocio para olvidarlo y la cultura para soportarlo serán imposibles. Así que cuando lo pienso, a veces se me va la olla y me veo deseando una intervención exterior. Que le vayan a frau Merkel con derechos históricos, defensores del pueblo, inmersiones lingüísticas, embajadas y golferías autonómicas. De tanto reírse, le dará un ataque de hipo. De hippen, o como se diga allí.

Lo escribía el poeta Cavafis en “Esperando a los bárbaros”. Quizá los bárbaros traigan una solución, después de todo. Para esto, que nos invadan los bárbaros de una puta vez. Que todo se vaya al carajo y el Sentido Común reconozca a los suyos. Si quedan. Recristo. Qué a gusto me he quedado esta tarde, señor presidente".

"Yo sí llego a fin de mes. Pero hay demasiados que no llegan". "Mi único partido político fiable es una biblioteca. Más gente debería votar por ellas". "Pues fíjese que no creo que el problema sea de demasiados funcionarios. Lo creo más bien de clientelismo bajo cuerda". "Todos esos compadres y amiguetes pasándose créditos, contratos y privilegios unos a otros al socaire del cargo o el escaño". "No pretendo nada con esto, pero quedarse callado teniendo voz para blasfemar sí es una vileza. Por los que no tienen".

"Sería más cómodo estar callado y vender novelas. Pero entonces me daría mucha vergüenza cuando me preguntaran por qué me callo".


 Es necesario  publicitarlo como podamos para que todos los impresentables de este
país dejen de tomarnos el pelo...



Lazos catalanes. ANTONIO MUÑOZ MOLINA


Recordemos algunas cosas que ahora prefieren olvidarse, episodios de un pasado común que no encajan en las políticas oficiales de la memoria, o que simplemente se pierden por la erosión constante de lo que sucedió casi ayer mismo.

Ahora que parecemos instalados sin remedio en las abstracciones compactas y arrojadizas —Cataluña, España— quizás estará bien que los que conocimos otros tiempos, quienes nos hemos beneficiado, a un lado y a otro de lo que parece una divisoria infranqueable, de cauces más fluidos, recordemos algunas cosas que ahora prefieren olvidarse, episodios de un pasado común que no encajan en las políticas oficiales de la memoria, o que simplemente se pierden por la erosión constante de lo que sucedió casi ayer mismo. Cada vez estoy más convencido de la justeza del mandato contenido en aquel verso de Luis Cernuda: Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Porque la manipulación política se sustenta muchas veces en la manipulación del pasado, es importante que los que han vivido una época se esfuercen en recordar y en contar cómo fue. Y lo es también porque sólo el conocimiento veraz del pasado permite calibrar lo que se ha ganado y lo que se ha perdido con el paso del tiempo, y constatar que lo ahora obvio tal vez era inimaginable sólo unas décadas atrás, y que las cosas, para bien o para mal, no tenían que haber sucedido como sucedieron.

Yo me acuerdo ahora de la presencia inmensa que tenía Cataluña en la cultura española de la resistencia antifranquista, y de los lazos tan estrechos que nos conectaban, en cualquier ámbito de nuestra formación y de nuestra conciencia política. Aquel fermento común estalló gozosamente con el final de la dictadura y fue determinante en la atmósfera cultural de al menos la primera década de la democracia. Pero el germen venía de mucho antes, de aquellas viejas conexiones vanguardistas de los años veinte, cuando Lorca exponía sus dibujos en una galería de Barcelona y Dalí se educaba a su lado y al de Luis Buñuel en la Residencia de Estudiantes. En 1935, estrenando Yerma en Barcelona casi con más éxito que en cualquier otra parte, García Lorca escribía a su familia conmovido por el entusiasmo con que lo había recibido un público multitudinario y generoso, que reconocía en aquel drama, tan atacado por la derecha más oscurantista, una ambición de belleza y de justicia social. Conviene recordar, por si los esencialistas de lo catalán o de lo andaluz prefieren olvidarlo, que fue la catalana Margarita Xirgu la que reveló la universalidad de los dramas andaluces de García Lorca, y la que después de su asesinato y de la Guerra Civil estrenó La casa de Bernarda Alba y continuó difundiendo su teatro en el exilio. El catalán Felip Pedrell fue el maestro del gaditano Manuel de Falla. Algunas de las mejores grabaciones contemporáneas de Falla las hizo la orquesta de cámara del Teatre Lliure.

Igual que fue el exfalangista y excantor desengañado de la España imperial Dionisio Ridruejo quien, desterrado en Sitges en los años cincuenta, tradujo al castellano algunos de los libros de Josep Pla que una generación más tarde fueron tesoros para quienes queríamos aprender a escribir mirando las cosas con el grado justo de curiosidad y escepticismo, observando y anotando la vida casi al mismo tiempo que sucedía delante de nosotros. A Pla y a Cunqueiro los empezamos a leer en el semanario Destino, que se publicaba en Barcelona y que había sido fundado en Salamanca durante la Guerra Civil por catalanes que estuvieron del lado de Franco. Nos gustaba la revista Destino porque en ella escribía también sus crónicas de erudición sorprendente y amena Néstor Luján, pero más todavía nos gustaba el tacto y la tipografía de los libros de la editorial Destino, a través de la cual nos llegaban inesperados autores internacionales, y en la que nos acostumbramos a leer las novelas de Miguel Delibes. En la misma editorial publicaban el gallego Cunqueiro, el castellano Delibes, el catalán Pla. La primera novela de verdad importante, a mi juicio, de la posguerra española, Nada, de Carmen Laforet, ganó en Barcelona el Premio Nadal y la publicó Destino.

Eran caminos de ida y vuelta: en los primeros cincuenta el madrileño naturalizado americano Jaime Salinas se instaló en Barcelona y emprendió junto a Carlos Barral un proyecto editorial que está en el origen de la gran renovación de la literatura y la lectura en lengua castellana, tanto en España como en América Latina. Desde la mitad de los sesenta escritores jóvenes tan estéticamente radicales como Pere Gimferrer y Terenci Moix mezclaban a su manera una tradición literaria erudita y múltiple: el cine americano, la nouvelle vague francesa, la copla española, Rimbaud, Rubén Darío, Vicente Aleixandre. Esa desenvoltura pop, ese desgarro mestizo y popular era una parte de lo que tanto nos atraía en el Manuel Vázquez Montalbán de Crónica sentimental de España o las primeras entregas del detective Carvalho, en las novelas fulgurantes de Juan Marsé, que estaban escritas en un castellano fronterizo, empapado de catalán, la herramienta justa para dar cuenta de aquellos mundos de frontera en los que vivían sus personajes, fronteras de barrio, de clase, de idioma.

Las canciones en catalán nos emocionaban tanto como las canciones en inglés, y también tenían una cualidad de himnos. Ahora parece que decir españoles o decir catalanes es como nombrar a las hinchadas hostiles de dos equipos de fútbol, pero hubo una época en la que la reivindicación del catalán y del estatuto de autonomía para Cataluña formaban parte de un mismo proyecto progresista. El público que llenaba en Madrid o Granada los conciertos de Lluís Llach en los años setenta era tan fervoroso como el que había aclamado a Lorca en Barcelona. Mucho antes de que se hicieran habituales las banderas andaluzas ya se agitaban en aquellos teatros banderas catalanas y pancartas idénticas a las de Barcelona: “Libertad”, “Amnistía”, “Estatuto de autonomía”.

No aspiro a desmentir, ni siquiera a compensar, una sensación de lejanía y agravio que se ha fomentado mucho desde los extremos de nuestra vida política, y que probablemente es irreversible. Tan sólo me parece útil recordar que las cosas fueron mucho más complejas, y también más prometedoras, y que aquellos lazos tan estrechos nos alimentaron a todos, más allá de esa lógica binaria del expolio y el chantaje que ahora tristemente se ha impuesto. Los discos de Lluís Llach o de Raimon o de Pi de la Serra o de aquel angélico Jaume Sisa de Qualsevol nit pot sortir el sol se vendían en(toda)España lo mismo que en Cataluña. Y era también en toda España donde encontraba un público entregado el gran teatro independiente catalán.

Empecé a leer con tebeos editados en Barcelona y cuando me hice escritor tuve la rara suerte de que se me cumpliera literalmente un sueño y empecé a publicar novelas en la misma editorial catalana en la que leyendo a Juan Marsé y a Vargas Llosa me había educado como novelista. Con diez años leía tebeos de Bruguera y con veintitantos años leía a Onetti y a John Cheever en ediciones de Bruguera. Que la capital de la cultura en catalán sea también la capital de la edición en español es una hermosa paradoja de la que todos podemos extraer interesantes conclusiones.

Afirmarse negando parece un signo de los tiempos, muy arraigado además en la inhóspita vida política española, pero es posible que al negar al otro uno se esté despojando de una parte crucial de sí mismo.
ANTONIO MUÑOZ MOLINA - 22-09-12

miércoles, 26 de septiembre de 2012

España: Publicado en varios periódicos económicos alemanes, por su corresponsal en España

Traducción de un artículo publicado en varios periódicos económicos alemanes, por su corresponsal en España.
Hoy, 6 de septiembre, se encuentran en Madrid los gobiernos de Alemania y España, acompañados de un nutrido grupo de empresarios, y donde seguro hablarán sobre las condiciones para poder otorgar más ayudas financieras a España o a su sistema bancario. En los dos lados se ha elevado el tono en los últimos meses y es con gran expectación que España espera ahora la decisión que va a tomar el Tribunal Constitucional alemán, que esa sí es crucial, el día 12, sobre la conformidad o no del rescate europeo y las obligaciones derivadas para los alemanes.
En Alemania crece la crítica contra la supuesta "mentalidad de fiesta" de los españoles; en España los medios cada vez son más negativos con la supuesta dureza de la canciller Merkel. Pensamos que la situación es mucho más compleja de lo que presentan ambos gobiernos y la mayoría de los medios. España no es Grecia, pero España puede ser un paciente crónico si Alemania, junto con Europa, no contribuye a solucionar sus verdaderos problemas.
España no debería recibir más dinero sin que se cambie a fondo el sistema político y económico, hoy en manos de una oligarquía política aliada con la oligarquía económica y financiera, y sin que se aumente la participación ciudadana real en las decisiones políticas. Para no perpetuar la crisis y endeudar a los españoles durante generaciones, el Gobierno español debe reformar a fondo la administración de las comunidades autónomas y los ayuntamientos, en su mayoría en bancarrota y completamente fuera de control, sometiendo a referéndum el modelo de Estado.
Este tema es la clave del futuro de España, porque las regiones, ayuntamientos y diputaciones son los responsables de los dos tercios del gasto público -234.000 millones frente a 118.000 el Estado en 2011-, excluyendo la Seguridad Social -23.000 millones-, y este gasto se realiza en condiciones de descontrol, despilfarro y corrupción totalmente inaceptables. Las razones verdaderas de la crisis del país, en consonancia con lo dicho, nada tienen que ver con salarios demasiado altos -un 60 % de la población ocupada gana menos de 1.000 euros/mes-, pensiones demasiado altas -la pensión media es de 785 euros, el 63% de la media de la UE-15- o pocas horas de trabajo, como se ha trasmitido a veces desde Alemania. A España tampoco le falta talento, ni capacidad empresarial ni creatividad. Tiene grandes pensadores, creativos, ingenieros, médicos excelentes y gestores de primer nivel.
La razón de la enfermedad de España es un modelo de Estado inviable, fuente de todo nepotismo y de toda corrupción, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia con las oligarquías financiera y económica, y con el poder judicial y los organismos de control a su servicio. En España no existe separación de poderes, ni independencia del poder judicial, ni los diputados representan a los ciudadanos, solo a los partidos que los ponen en una lista. Todo esto lleva también a una economía sumergida que llega al 20% del PIB y que frena la competencia, la eficacia y el desarrollo del país. Además, detrae recursos con los que podrían financiarse educación y sanidad. 
Las ayudas para España, igual que para otros posible candidatos de rescates, no deben ir a bancos ya casi en bancarrota y fuertemente politizados. En la CAM, el Gobierno ha comprometido 16.000 millones de dinero público en lugar de cerrarla; en Bankia, 23.000, y el Ejecutivo acaba de darle 5.000 millones urgentemente para cubrir pérdidas en vez de cerrarla, y además de forma tan extraña que despierta todo tipo de recelos. ¿Por qué se ha utilizado el dinero de los españoles (FROB) en vez de esperar los fondos de la UE? Es lícito suponer que la razón es la siguiente: los bancos no quieren que la UE investigue sus cuentas.
Control estricto y duras condiciones. Ya el caso de Grecia ha demostrado que las ayudas europeas tienen que estar vinculadas a un control estricto y condiciones duras. Esas condiciones no pueden solamente representar recortes sociales o subidas brutales de impuestos, como hace ahora el Gobierno de Mariano Rajoy con la excusa de Europa . Se tiene que cambiar más en España que cortar gasto social, que de todos modos es mucho más bajo que en Alemania, y hay otros gastos infinitamente más relevantes que se pueden eliminar. Además, los casos de corrupción resultan tan escandalosos, incluso en el propio Gobierno, que uno solo puede llegar a una conclusión: el dinero de Europa no puede ser manejado por personas tan increíblemente venales.
La pasada semana el ministro de Industria Soria -imputado también por corrupción urbanística en Canarias- acusó al ministro de Hacienda en el Consejo de Ministros de favorecer descaradamente a la empresa líder de renovables, Abengoa, de la que había sido asesor, en la nueva regulación de estas energías, que reciben más de 7.000 millones de euros de subvenciones anualmente. Y Rajoy, al que entregó una carta probatoria, ni dijo ni hizo absolutamente nada.
No puede permitirse por más tiempo este nivel de corrupción, y menos aún a 17 regiones funcionando como estados independientes, con todos los organismos multiplicados por 17, desde 17 servicios meteorológicos a 17 defensores del pueblo, con 200 embajadas, 50 canales de TV regionales en pérdida, 30.000 coches oficiales o 4.000 empresas públicas que emplean a 520.000 personas, creadas específicamente para ocultar deuda y colocar a familiares y amigos sin control ni fiscalización alguna. En conjunto, unos 120.000 millones, equivalentes al 11,4% del PIB, se despilfarran anualmente en un sistema de nepotismo, corrupción y falta de transparencia.
Y con esto se tiene que acabar, entre otras cosas, porque ya no hay dinero. Los últimos datos de las cuentas públicas conocidos la pasada semana son escalofriantes. El déficit del Estado a julio ascendió al 4,62% del PIB, frente a un déficit del 3,5% comprometido con la UE para todo el año (del 6,3% incluyendo regiones y ayuntamientos). Pero lo realmente inaudito es que España está gastando el doble de lo que ingresa. 101.000 millones de gasto a julio frente a 52.000 millones de ingresos, y precisamente para poder financiar el despilfarro de regiones y ayuntamientos, que no están en absoluto comprometidos con la consolidación fiscal.
El tema del déficit público es algo que roza la ciencia ficción, y que ilustra perfectamente la credibilidad de los dos últimos gobiernos de España. En noviembre de 2011, el Gobierno dijo que el déficit público era del 6% del PIB; a finales de diciembre, el nuevo Gobierno dijo que le habían engañado y que el déficit era superior al 8%, y que se tomaba tres meses para calcularlo con toda precisión. A finales de marzo, se dijo que definitivamente era del 8,5%, y ésta fue la cifra que se envió a Bruselas. Dos semanas después, la Comunidad de Madrid dijo que sus cifras eran erróneas y el Ayuntamiento de la capital igual… el déficit era ya del 8,7%.
Sin embargo, la semana pasada el INE dijo que el PIB de 2011 estaba sobrevalorado y, con la nueva cifra, el déficit era del 9,1%; dos días después, Valencia dijo que su déficit era de 3.000 millones más; o sea, que estamos en el 9,4% y las otras 15 CCAA y 8.120 ayuntamientos aún no han corregido sus cifras de 2011. Lo único que sabemos es que están todas infravaloradas. El déficit real de 2011 puede estar por encima del 11%, y en 2012 se esta gastando el doble de lo que se ingresa. Como dice el Gobierno de Rajoy, “estamos en la senda de convergencia”. Y es verdad… de convergencia hacia Grecia.
Claramente, la joven democracia española tiene todavía muchos déficits de representatividad y de democracia que deberían interesar a la canciller Merkel y también a Europa, si queremos evitar una Grecia multiplicada por cinco y salvar el euro. Esto es lo que ha hecho posible el despilfarro masivo de las ayudas europeas, con una asignación disparatada de las mismas, a pesar de que estas ayudas han supuesto una cifra mayor que la del Plan Marshall para toda Europa.
Es frustrante que a causa de este sistema oligárquico nepotista y corrupto se destroce talento y creatividad y que ahora muchos jóvenes se vean forzados a trabajar fuera, muchos en Alemania. Esa situación nos ha llevado a una distribución de riqueza que es de las más injustas de la OECD. La antaño fuerte clase media española está siendo literalmente aniquilada.
Resumiendo: no es una falta de voluntad de trabajo, como se piensa tal vez en algunos países del norte de Europa, lo que hace que España sufra la peor crisis económica de su Historia. Es un sistema corrupto e ineficiente. La crítica del Gobierno alemán y sus condiciones para un rescate de España se deberían concentrar en la solución de esos problemas. En caso contrario, solo conseguirán que una casta política incompetente y corrupta arruine a la nación para varias generaciones.
*Stefanie Claudia Müller es corresponsal alemana en Madrid y economista