Crepita el
glaciar del cielo,
se anuda al pecho liso de la luz
como una caracola incandescente.
El glaciar alisa los cráteres malditos
y se enfrenta al poder de la masacre
como un halcón de pico congelado
y unas pequeñas alas de amuleto.
Sortea las pavesas de la tarde
con una pulsación estéril, vaga
por los contornos de los cantos míseros
que dan la bienvenida a la tiniebla.
Se detiene con las anginas toscas
de ese cielo que al despuntar el día
desangra amaneceres como un lápiz.
Y sueña al derretirse con la nieve,
enraizada en el espacio cósmico,
por quien renacerá en la noche nueva.
Teresa Domingo Català
se anuda al pecho liso de la luz
como una caracola incandescente.
El glaciar alisa los cráteres malditos
y se enfrenta al poder de la masacre
como un halcón de pico congelado
y unas pequeñas alas de amuleto.
Sortea las pavesas de la tarde
con una pulsación estéril, vaga
por los contornos de los cantos míseros
que dan la bienvenida a la tiniebla.
Se detiene con las anginas toscas
de ese cielo que al despuntar el día
desangra amaneceres como un lápiz.
Y sueña al derretirse con la nieve,
enraizada en el espacio cósmico,
por quien renacerá en la noche nueva.
Teresa Domingo Català
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