Somos
hombres, Señor, y lo viviente
ya
no puede servirnos de semilla;
entre
un mar y otro mar no existe orilla;
la
misma voz con que te canto miente.
La
culpa es culpa y oscurece el bien;
sólo
queda la nieve blanca y fría,
y
andar, andar, andar hasta que un día
lleguemos,
sin saberlo, hasta Belén.
La
nieve borra los caminos; ella
nos
llevará hacia Ti que nunca duermes;
su
luz alumbrará los pies inermes,
su
resplandor nos servirá de estrella.
Llegaremos
de noche, y el helor
de
nuestra propia sangre Te daremos.
Éste
es nuestro regalo: no tenemos
más que dolor, dolor, dolor, dolor.
Luis Rosales
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