Voy a imaginar que en tu piel
invento un verbo
y, al conjugarlo, desaparece
cualquier referencia
a nuestro pasado:
aprenderíamos a besar de nuevo,
muy intensamente,
bisoños en el pecado.
Nacer en la armonía
de tus latidos, omitir el primer llanto;
ser el prólogo de tus caricias
antes de delatarnos
con el delirio intermitente de nuestros faros.
En tu boca, el néctar,
la mejor coartada,
mi rito pagano.
Y juntos, lejos de tierra firme
y bajo un cielo asido en los ojos,
sin referencias, sin retorno
ni brújula que señalase el norte.
Tú y yo, como verbos inventados,
seríamos esos apátridas
de la bandera de arco iris,
las agujas incautadas
a nuestros relojes.
Juan Carlos García Hoyuelos
invento un verbo
y, al conjugarlo, desaparece
cualquier referencia
a nuestro pasado:
aprenderíamos a besar de nuevo,
muy intensamente,
bisoños en el pecado.
Nacer en la armonía
de tus latidos, omitir el primer llanto;
ser el prólogo de tus caricias
antes de delatarnos
con el delirio intermitente de nuestros faros.
En tu boca, el néctar,
la mejor coartada,
mi rito pagano.
Y juntos, lejos de tierra firme
y bajo un cielo asido en los ojos,
sin referencias, sin retorno
ni brújula que señalase el norte.
Tú y yo, como verbos inventados,
seríamos esos apátridas
de la bandera de arco iris,
las agujas incautadas
a nuestros relojes.
Juan Carlos García Hoyuelos
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