El cielo se va vistiendo
con prendas que abandonamos
alrededor de la cama.
La lluvia tamiza los rayos del sol,
nace un arco iris
de nuestras espaldas.
Baila la camisa de la ventana,
susurra todo aquello
que decimos a nuestro confesionario
de lujuria y de perseverante blasfemia
en la piel condensada.
Al acabar, invocaremos
al último sábado de marzo
para rememorar cuanto devoremos
en esta atmósfera de contraseñas
y dientes afilados en las bitas.
Después de la lluvia,
después…
agotada la tarde,
luz negra con la que abrazarte.
Se irán las nubes, salvo aquellas
que por estar varadas
en nuestros cuerpos,
corsarias del deseo,
nos aguardarán la próxima noche.
Juan Carlos García Hoyuelos
con prendas que abandonamos
alrededor de la cama.
La lluvia tamiza los rayos del sol,
nace un arco iris
de nuestras espaldas.
Baila la camisa de la ventana,
susurra todo aquello
que decimos a nuestro confesionario
de lujuria y de perseverante blasfemia
en la piel condensada.
Al acabar, invocaremos
al último sábado de marzo
para rememorar cuanto devoremos
en esta atmósfera de contraseñas
y dientes afilados en las bitas.
Después de la lluvia,
después…
agotada la tarde,
luz negra con la que abrazarte.
Se irán las nubes, salvo aquellas
que por estar varadas
en nuestros cuerpos,
corsarias del deseo,
nos aguardarán la próxima noche.
Juan Carlos García Hoyuelos