Octubre viene lleno de promesas
doradas,
de pisadas crujientes e imposibles miradas
teñidas de silencio y de melancolía.
Los vientos amarillos que agitan mis sentidos
me hablan de pasados ahora ya remotos,
de niños que jugaban a pisar los caminos
mullidos por el crujir de las hojas secas.
Un resplandor dorado que baña los paisajes,
los sentimientos vanos y los cuartos oscuros
enterrados en los sepulcros que guarda la memoria.
Una risa infantil que se pierde conmigo,
errabunda por los caminos ajenos a la angustia,
blanca como la voz del ululante viento
cargado de semillas, y de hojas y frutos.
Y de hojas y frutos… y de polvo dorado de hadas
que se pierde en el tiempo, allá donde los cuentos
sí tenían final, y donde las princesas
despertaban del sueño de su eterna añoranza.
Pero yo no despertaré, vagaré para siempre
por entre los otoños de oro y fuego, dormida,
susurrando a los vientos antiguas melodías,
mientras el tiempo parece detenerse
en los densos boscajes de mis sueños.
Por entre los otoños y las melancolías,
renunciaré a mi vana espera;
no se producirá aquel beso
que rompiese el hechizo.
Octubre se va lleno de atardeceres rotos,
y de sueños truncados,
y de caminos vanos que recorre
la doncella hechizada para la eternidad.
Todo bañado por el oro de las hojas marchitas
y el lamento del viento que susurra que
nada en esta vida es realidad.
de pisadas crujientes e imposibles miradas
teñidas de silencio y de melancolía.
Los vientos amarillos que agitan mis sentidos
me hablan de pasados ahora ya remotos,
de niños que jugaban a pisar los caminos
mullidos por el crujir de las hojas secas.
Un resplandor dorado que baña los paisajes,
los sentimientos vanos y los cuartos oscuros
enterrados en los sepulcros que guarda la memoria.
Una risa infantil que se pierde conmigo,
errabunda por los caminos ajenos a la angustia,
blanca como la voz del ululante viento
cargado de semillas, y de hojas y frutos.
Y de hojas y frutos… y de polvo dorado de hadas
que se pierde en el tiempo, allá donde los cuentos
sí tenían final, y donde las princesas
despertaban del sueño de su eterna añoranza.
Pero yo no despertaré, vagaré para siempre
por entre los otoños de oro y fuego, dormida,
susurrando a los vientos antiguas melodías,
mientras el tiempo parece detenerse
en los densos boscajes de mis sueños.
Por entre los otoños y las melancolías,
renunciaré a mi vana espera;
no se producirá aquel beso
que rompiese el hechizo.
Octubre se va lleno de atardeceres rotos,
y de sueños truncados,
y de caminos vanos que recorre
la doncella hechizada para la eternidad.
Todo bañado por el oro de las hojas marchitas
y el lamento del viento que susurra que
nada en esta vida es realidad.
Marina Casado
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