martes, 30 de septiembre de 2014

El paraíso perdido. Libro cuarto (fragmento) John Milton

Mientras esto decía, ardían en enrojecido fuego
Los angélicos escuadrones, y desplegando en circular ala
Sus falanges, lo rodeaban, apuntándole con sus lanzas;
Como cuando en los campos de Ceres,
Maduras para la siega, se mecen
Las apiñadas espigas, inclinándose a uno y otro lado,
Según de donde se agita el viento,
Y el labrador las contempla con inquietud,
Temiendo que todos aquellos haces
En que cifra su mayor logro,
No vengan a convertirse en inútil paja.
Alarmado Satán en vista de aquella actitud,
Hizo sobre sí un esfuerzo,
Y dilató sus miembros hasta adquirir las desmedidas
Proporciones y fortaleza del Atlas o el Tenerife.
Toca su cabeza en el firmamento y lleva en su casco
El Horror por penacho de su cimera;
Ni carece tampoco de armas,
Dado que empuña una lanza y un escudo.
Tremenda lid se hubiera suscitado entonces,
Que no sólo el Paraíso sino la celeste
Bóveda hubiera conmovido en torno,
Y aún, puesto en grave conflicto todos los elementos
A impulsos de choque tan irresistible,
Si previendo aquella catástrofe no hubiera el Omnipotente
Suspendido en el cielo su balanza de oro,
Que desde entonces vemos brillar entre Astrea y el Escorpión.
En aquella balanza había pesado Dios todo lo creado;
La tierra esférica en equilibrio con el aire;
Y ahora pesa del mismo modo los acontecimientos,
La suerte de las batallas y de los imperios.
Puso a la sazón en contrapeso el resultado de la fuga y el del combate,
Y el segundo subió rápidamente hasta dar en el fiel que lo señalaba;
Y entonces dijo Gabriel a su Enemigo:
"Conozco, Satán, tus fuerzas como tú dices conoces las mías:
Ni unas ni otras nos pertenecen; Dios nos las ha prestado".


John Milton

lunes, 22 de septiembre de 2014

Otoño – Poema Antonio Machado

El cárdeno otoño

no tiene leyendas
para mí. Los salmos

de las frondas muertas,
jamás he escuchado,

que el viento se lleva.
Yo no sé los salmos

de las hojas secas,
sino el sueño verde

de la amarga tierra.

Antonio Machado

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El paraíso perdido. Libro tercero (fragmento) John Milton

¡Salve sagrada luz hija primogénita del cielo
Ooh destello inmortal del eterno Ser!
¿Por qué no he de llamarte así, cuando Dios es luz,
Y cuando en inaccesible y perpetua luz tiene su morada,
Y por consiguiente en ti, resplandeciente
Efluvio de su increada esencia?
Y si prefieres el nombre de puro raudal de éter,
¿Quién dirá cuál es tu origen, dado
Que fuiste antes que el sol, antes que los cielos,
Cubriendo a la voz de Dios, como con un manto,
El mundo que salía de entre las profundas
Y tenebrosas hondas, arrancado
Al vacío informe e, inconmensurable?
Vuelvo ahora a ti nuevamente con más atrevidas alas,
Dejando el Estigio lago, en cuya negra mansión
He permanecido sobrado tiempo. Mientras volaba
Cruzando tenebrosas regiones y no menos
Sombríos ámbitos, canté el Caos y la eterna Noche
En tonos desconocidos a la cítara de Orfeo.
Guiado por una musa celestial, osé descender
A las profundas tinieblas, y remontarme de nuevo;
Arduo y penoso empeño. Seguro ya, vuelvo a ti,
Siendo tu influencia vivificadora; pero tú no iluminas estos ojos
Que en vano buscan tu penetrante rayo sin descubrir
Claridad alguna: a tal punto ha consumido
Sus órbitas invencible mal, o se hallan cubiertas de espeso velo.
Más alentado por el amor que me inspiran
Sagrados cantos, recorro sin cesar
Los sitios frecuentados por las Musas,
Las claras fuentes los umbríos bosques,
Las colinas que dora el sol; y a ti sobre todo,
¡Oh Sión!, a ti, y a los floridos arroyos
Que bañan tus santos pies y se deslizan
Con suave murmullo, me dirijo durante la noche.
Ni olvido tampoco a aquellos dos,
Iguales a mi en desgracia (¡así los igualará en gloria!),
El ciego Tamiris y el ciego Meónides,
Ni a los antiguos profetas Tiresias y Fineo,
Deleitándome entonces con los pensamientos
Que inspiran de suyo armoniosos metros,
Como el ave vigilante que canta en la oscura sombra,
Y oculta entre el espeso follaje hace oír sus nocturnos trinos.
Así con el progreso del año vuelven las estaciones.


John Milton

lunes, 8 de septiembre de 2014

Es amarga la verdad - Poema de Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas


Es amarga la verdad

 Pues amarga la verdad,

quiero echarla de la boca,

y si al alma su hiel toca,

esconderla es necedad,

sépase, pues libertad

ha engendrado en mi pereza,

la pobreza.

¿Quién hace al ciego galán

y prudente al sin consejo?,

¿quién al avariento viejo

le sirve de río Jordán?,

¿quién hace de piedras pan,

sin ser el dios verdadero?,

el dinero.

 ¿Quién con su fiereza espanta

el cetro y corona al rey?,

¿quién, careciendo de ley,

merece nombre de santa?,

¿quién con la humildad levanta

a los cielos la cabeza?,

la pobreza.
 
¿Quién los jueces con pasión,

sin ser ungüento, hace humanos?

pues untándole las manos

les ablanda el corazón,

¿quién gasta su opilación

con oro y no con acero?

el dinero.
 
¿Quién procura que se aleje

del suelo la gloria vana?,

¿quién siendo tan cristiana,

tiene la cara de hereje?,

¿quién hace que al hombre aqueje

el desprecio y la tristeza?

la pobreza.
 
Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas
 

A un avariento - Poema de Francisco de Quevedo

En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.

Murió con cien mil dolores
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun gasta malos humores.

Francisco de Quevedo y Villegas