Mientras esto decía, ardían en enrojecido fuego
Los angélicos escuadrones, y desplegando en circular ala
Sus falanges, lo rodeaban, apuntándole con sus lanzas;
Como cuando en los campos de Ceres,
Maduras para la siega, se mecen
Las apiñadas espigas, inclinándose a uno y otro lado,
Según de donde se agita el viento,
Y el labrador las contempla con inquietud,
Temiendo que todos aquellos haces
En que cifra su mayor logro,
No vengan a convertirse en inútil paja.
Alarmado Satán en vista de aquella actitud,
Hizo sobre sí un esfuerzo,
Y dilató sus miembros hasta adquirir las desmedidas
Proporciones y fortaleza del Atlas o el Tenerife.
Toca su cabeza en el firmamento y lleva en su casco
El Horror por penacho de su cimera;
Ni carece tampoco de armas,
Dado que empuña una lanza y un escudo.
Tremenda lid se hubiera suscitado entonces,
Que no sólo el Paraíso sino la celeste
Bóveda hubiera conmovido en torno,
Y aún, puesto en grave conflicto todos los elementos
A impulsos de choque tan irresistible,
Si previendo aquella catástrofe no hubiera el Omnipotente
Suspendido en el cielo su balanza de oro,
Que desde entonces vemos brillar entre Astrea y el Escorpión.
En aquella balanza había pesado Dios todo lo creado;
La tierra esférica en equilibrio con el aire;
Y ahora pesa del mismo modo los acontecimientos,
La suerte de las batallas y de los imperios.
Puso a la sazón en contrapeso el resultado de la fuga y el del combate,
Y el segundo subió rápidamente hasta dar en el fiel que lo señalaba;
Y entonces dijo Gabriel a su Enemigo:
"Conozco, Satán, tus fuerzas como tú dices conoces las mías:
Ni unas ni otras nos pertenecen; Dios nos las ha prestado".
Los angélicos escuadrones, y desplegando en circular ala
Sus falanges, lo rodeaban, apuntándole con sus lanzas;
Como cuando en los campos de Ceres,
Maduras para la siega, se mecen
Las apiñadas espigas, inclinándose a uno y otro lado,
Según de donde se agita el viento,
Y el labrador las contempla con inquietud,
Temiendo que todos aquellos haces
En que cifra su mayor logro,
No vengan a convertirse en inútil paja.
Alarmado Satán en vista de aquella actitud,
Hizo sobre sí un esfuerzo,
Y dilató sus miembros hasta adquirir las desmedidas
Proporciones y fortaleza del Atlas o el Tenerife.
Toca su cabeza en el firmamento y lleva en su casco
El Horror por penacho de su cimera;
Ni carece tampoco de armas,
Dado que empuña una lanza y un escudo.
Tremenda lid se hubiera suscitado entonces,
Que no sólo el Paraíso sino la celeste
Bóveda hubiera conmovido en torno,
Y aún, puesto en grave conflicto todos los elementos
A impulsos de choque tan irresistible,
Si previendo aquella catástrofe no hubiera el Omnipotente
Suspendido en el cielo su balanza de oro,
Que desde entonces vemos brillar entre Astrea y el Escorpión.
En aquella balanza había pesado Dios todo lo creado;
La tierra esférica en equilibrio con el aire;
Y ahora pesa del mismo modo los acontecimientos,
La suerte de las batallas y de los imperios.
Puso a la sazón en contrapeso el resultado de la fuga y el del combate,
Y el segundo subió rápidamente hasta dar en el fiel que lo señalaba;
Y entonces dijo Gabriel a su Enemigo:
"Conozco, Satán, tus fuerzas como tú dices conoces las mías:
Ni unas ni otras nos pertenecen; Dios nos las ha prestado".
John
Milton
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