Increíble
noche estrellada la que esperé
Mi
corazón latía con arrítmico esfuerzo,
En
el espacio no pude ver la prometida lluvia.
La
intensa esperanza de aquel día se hizo desolación.
Paco Benítez Aguilar
Cuando
el crepúsculo fue apagando su luz entre arreboles
Y
en el rojo horizonte el sol sucumbía
Hasta
hacerse un hilo de oro viejo,
Una
joya irrecuperable caída en el precipicio
De
los días perdidos.
Allí,
en aquella playa, otrora de amor y besos
Quise
esperar el asombroso baile de las Perseidas
Atravesando
fugaces el espacio como fuegos de artificio,
Motas
de polvo luminosas en el universo,
inmenso
y quieto de esa noche de estío.
A
medianoche, yo cumplí la cita.
Cerré
los ojos para el encantamiento
Y
esperé, esperé, esperé
Que
la lluvia de estrellas iluminara el cielo.
Pero
mi mano, vacía y deseosa de encontrar otra mano
Se
quedó solitaria en el momento justo del milagro.
Sólo
una gota de luz, una lágrima fugaz
Cruzando
de un extremo a otro la bóveda celeste.
Y
enjugué mi profundo vacío rezándole a la noche.
Aquella
luz fugaz, estoy seguro, era como su adiós,
Su
firma escrita en las estrellas, regalándome apenas un segundo
De
felicidad suprema.
Creí
escuchar voces, incluso alguna risa
Como
cuando gozábamos después del espectáculo.
Pero
no. Multitud de puntos luminosos
Sostenidos
en el cielo por la mano divina
Fueron
testigos de la noche más triste,
Desde
que falta ella.
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