(…) «Has estado leyendo a Byron recientemente y has
subrayado los párrafos que exaltan aquellos sentimientos que se asemejan a los
tuyos. Encuentro trazos del lápiz debajo de todos aquellos versos que revelan
un temperamento irónico, pero apasionado; una impetuosidad semejante a la de la
polilla que se lanza sin vacilar contra la dureza del vidrio. Al pasar la punta
del lápiz por aquí, pensabas:
«También yo arrojo la capa así,
también yo chasqueo los dedos ante el destino.» Sin embargo, Byron no preparó
jamás el té como tú lo haces, llenando de tal modo la tetera que el agua se
desborda cuando colocas la tapa y forma sobre tu mesa una laguna parda que
corre entre tus libros y papeles. Ahora lo secas torpemente con el pañuelo que
has sacado del bolsillo. Y después te vuelves a meter el pañuelo en el
bolsillo. No, éste no es Byron. Este eres tú. Este es tan esencialmente tú que
si algún día dentro de veinte años pienso en ti, cuando los dos seamos famosos,
con gota e inaguantables, te veré en esta escena. Y si has muerto ya, lloraré.
Cierto tiempo hubo en que
fuiste un joven Tolstoi. Ahora eres un joven Byron. Y quizás llegue el día en
que seas un joven Meredith. Entonces visitarás París durante las vacaciones de
Pascua, y volverás con una negra corbata, convertido en el discípulo de
cualquier detestable francés de quien nadie ha oído hablar. Entonces romperé
contigo.
“Soy una sola persona: yo. No
suplanto a Catulo, a quién adoro. Soy un estudioso sumamente disciplinado, con
un diccionario a un lado, y al otro una libreta en la que anoto curiosos usos
del participio pasado. Pero no se puede vivir siempre dedicado a disecar con
cuchillo para mejor comprender estas antiguas frases. ¿Viviré siempre así,
corriendo las rojas cortinas de sarga, y viendo el libro, como un bloque de
mármol, pálido a la luz de la lámpara? Sería maravilloso dedicar la vida a la
perfección, seguir siempre la curva de la frase, me llevara donde me llevara, a
desiertos y arenas movedizas, haciendo caso omiso de señuelos y tentaciones,
ser siempre pobre e ir siempre mal vestido, parecer ridículo en Picadilly”.
“Pero soy demasiado nervioso
para terminar debidamente mis frases. Hablo aprisa, paseando arriba y abajo,
para ocultar mi agitación. Me irritan tus pañuelos manchados de grasa.
Mancharás tu ejemplar de Don
Juan. No me escuchas, Te dedicas a
hacer frases sobre Byron. Y mientras tú gesticulas, con tu capa y tu bastón, yo
intento revelarte un secreto que a nadie he comunicado todavía. Te pido (ahí en
pie y dándote la espalda) que tomes mi vida en tus manos y me digas si es mi
destino causar siempre repulsión a quienes amo”.
“Te doy la espalda y nervioso
muevo los dedos. No, ahora mis manos están en perfecta inmovilidad. Con
exactitud abro un espacio en la librería y en él inserto el Don
Juan. Ahí. Prefiero ser amado, prefiero ser famoso a seguir el
camino de la perfección a través de las arenas. Pero ¿estoy condenado a
producir asco? ¿Soy poeta? Tómalo. El deseo que llevo tras los labios, frío
como el plomo, pesado como la bala, aquello con lo que apunto a las
dependientas de comercio, a las mujeres, a las ficciones y a la vulgaridad de
la vida (porque la amo), sale disparado hacia ti, cuando te arrojo – tómalo –
mi poema”.
“Como una flecha ha salido de
la estancia”, dijo Bernard. “Ha dejado aquí su poema. Oh, amistad…¡También yo
pensaré flores entre las páginas de los sonetos de Shakespeare! ¡Oh, amistad,
qué agudos son tus dardos! Ha dado media vuelta y me ha mirado. Me ha entregado
su poema. Todas las nieblas retorciéndose se alejan de la techumbre de mí ser.
Conservaré esta confianza hasta el último día de mi vida. Como una larga ola,
como un avance de pesadas aguas, se ha acercado a mí, y su devastadora
presencia me ha abierto de par en par, dejando al descubierto los cantos
rodados de la playa de mi espíritu. Todos los parecidos han quedado unidos. “No
eres Byron, eres tú. Cuán extraño es que otra persona te concentre en un solo
ser”.
“Cuan extraño es sentir cómo el
hilo que de nosotros surge se adelgaza y avanza cruzando los nebulosos espacios
del mundo que entre nosotros media. Se ha ido. Aquí estoy, en pie, con su poema
en la mano. Entre él y yo media el hilo. Pero ahora, qué agradable es, cuánta
confianza infunde, saber que la ajena presencia ha desaparecido, que la
escrutadora mirada se ha apagado, ha sido cubierta por una capucha…Con qué
satisfacción cierro las ventanas y me niego a recibir otras presencias. Con qué
satisfacción advierto que, de los oscuros rincones en que se refugiaron,
vuelven esos desastrados huéspedes, esos parientes, a los que él con su
superior poder obligó a ocultarse. Los burlones y observadores espíritus que,
incluso en la crisis y la vacilación del momento, se mantuvieron vigilantes,
vuelven ahora en rebaño al hogar. Con su ayuda soy Bernard, soy Byron, soy esto
y lo otro. Como en anteriores tiempos oscurecen el aire y me enriquecen con sus
bufonadas y sus comentarios, nublando la hermosa sencillez de mi momento de
emoción. Sí, puesto que yo soy más yos de lo que Neville cree. No somos tan
simples como nuestros amigos quisieran para satisfacer sus necesidades. Sin
embargo, el amor es simple. (…)”
Virginia
Woolf
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