Te pongo a rodar sobre tus rojos
manteles.
Pongo manos a la obra: radiante como
un maestro carnicero.
Los bancos y las mesas como
cuchillos relampagueantes
el enano de la sífilis husmea en los
sartenes llenos de cola y jalea.
Tu cuerpo es retorcido esplendoroso
y brilla como la luna amarilla
tus ojos son pequeñas lunas lascivas
tu boca revienta voluptuosa en la
miseria de las judías
tus manos una caracola, que vive en
los jardines rojo sangre llenos de uvas y rosas
¡Ayuda, Santa María! ¡Brotaron de tu
cuerpo los frutos
oh santísima! Me escurre fuego
ardiente por las piernas.
Mi pelo una tormenta, mi cerebro la
yesca
mis dedos diez ávidos clavos de
carpintero
que clavo en los fetiches de la
cristiandad.
Cuando tu grito de dolor dinamitó
fuera del pino tus dientes
bajó un bullicio de oro por entre
las vigas del cielo.
Una hostia gigante huía y se detuvo
entre montañas de rosas
borboteaba un aleluya entre los
miembros de apóstoles y pastores.
Entonces danzaban hombres y rameras
desnudos en éxtasis desquiciado
paganos, turcos, cafres y moros
sobretodo
se disiparon los ángeles del círculo
terrestre
y llevaron oscuridad y suplicio en
un platón centelleante
No había ningún capullo materno,
ningún ojo inyectado de sangre y sin esperanza
cada alma se abría a la infancia y
al milagro.
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