De nada sirve que viva como un rey inútil
junto a este hogar apagado, entre rocas
estériles,
el consorte de una anciana, inventando y
decidiendo
leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta, y no
sabe quién soy.
No encuentro descanso al no viajar; quiero
beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado
mucho, he sufrido mucho, con quienes
me amaban o en soledad; en la costa y
cuando
con veloces corrientes las constelaciones
de la lluvia
irritaban el mar oscuro. He llegado a ser famoso;
pues siempre en camino, impulsado por un corazón
hambriento,
he visto y conocido mucho: las ciudades de los hombres
y sus costumbres, climas, consejos y gobiernos,
no siendo en ellas ignorado, sino siempre honrado en
todas;
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,
Formo parte de todo lo que he visto;
y, sin embargo, toda experiencia es un
arco a través del cual
se vislumbra un mundo ignoto, cuyo
horizonte huye
una y otra vez cuando avanzo.
¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con
el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida. Una vida
sobre otra
sería del todo insuficiente, y de la única
que tengo
me queda poco; pero cada hora me rescata
del silencio eterno, añade algo,
trae algo nuevo; y sería despreciable
guardarme y cuidarme el tiempo de tres
soles,
y refrenar este espíritu ya viejo, pero
que arde en el deseo
de seguir aprendiendo, como se sigue a una
estrella que cae,
más allá del límite más extremo del
pensamiento humano.
Éste es mi hijo, mi propio Telémaco,
a quien dejo el cetro y esta isla.
Lo quiero mucho; tiene el criterio para
triunfar
en esta labor, para civilizar con prudente
paciencia
a un pueblo rudo, y para llevarlos
lentamente
a que se sometan a lo que es útil y bueno.
Es del todo impecable, dedicado
completamente
a los intereses comunes, y se puede
confiar
en que sea compasivo y cumpla los ritos
con que se adora a los dioses tutelares
cuando me haya ido. Él hace lo suyo, yo,
lo mío.
Allí está el puerto; el barco extiende sus
velas;
allí llama el amplio y oscuro mar.
Vosotros, mis marineros,
almas que habéis trabajado y sufrido y
pensado junto a mí,
y que siempre tuvisteis una alegre
bienvenida
tanto para los truenos como para el día
despejado, recibiéndolos
con corazones libres e inteligencias
libres, vosotros y yo hemos envejecido.
La ancianidad tiene todavía su honra y su
trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes
del fin,
alguna labor excelente y notable, todavía
puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el
campo de batalla con los dioses.
Las estrellas comienzan a brillar sobre
las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta
luna asciende; los hondos
lamentos son ya de muchas voces. Venid,
amigos míos.
No es demasiado tarde para buscar un mundo
nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden
hiramos
los resonantes survos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar
en que se bañan
todos los astros del occidente, hasta que
muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y
destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
A pesar de que mucho se ha perdido, queda
mucho; y, a pesar
de que no tenemos ahora el vigor que
antaño
movía la tierra y los cielos, lo que
somos, somos:
un espíritu ecuánime de corazones
heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino,
pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.
Alfred Tennyson
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