Dicen que la distancia
no empaña los sentimientos,
y no lo pongo en duda,
pero esta noche
ésta… la que imagina tu marcha,
y ambos,
enmascaramos
en papel de regalo,
duele tanto... tanto,
que las estrellas
dejaron de respirar,
y en su moribunda trashumancia,
impunes a la voz grácil del trigo,
son relevadas
por miles de olas
de un mar de amatista.
Hay una vela derritiéndose
en el alquitrán.
Un último café,
en la cucharilla, giran y giran,
dos besos
y un abrazo
inmolado en espuma.
Juan Carlos García Hoyuelos
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