por tu soberbia
fueron adiestrados,
y sobre ese talud que cada día
se levanta en diferentes lugares
(en unos estuve, en otros tu nombre),
soy un camino oblicuo que recorre
esta exánime e impuesta rigidez.
¿Dónde estoy? Si no reconozco
a quien he amado,
en tu odio naufrago
de igual modo que una semilla yerma
se ahoga en el oleaje del páramo,
y por muy domesticados
que mis despechos se muestren,
al mirarse nuestras espaldas
la nostalgia vuelve.
Mi cabeza erguida gana
lo que el sueño pierde en las sábanas,
estéril como lluvia en un erial de piedras,
pusilánime al traerse consigo
una indiferencia tras otra, una pequeña frase
que mañana me será negada,
una falsa sonrisa que hoy me regalas.
Y en esa sonrisa, la mía es asesinada.
Qué puedo retener en mis manos
cuando la corriente
los remansos desatiende.
Qué puedo hacer si vence la nada,
sino hundirme en el sosiego
de otras miradas,
enterrarme de soledad
e ir soltando de entre mis dedos,
que caminan por un rellano blanco,
oscuras lágrimas.
[Juan Carlos García Hoyuelos]
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