Sentado en la orilla,
el sol en la cara, frío en los pies,
subió por mi cuerpo,
desde los tobillos hasta el alma,
una angustia que llevaba el agua.
Salí de allí como las branquias
persiguen en el aire el sedal.
Al poco, sitiado contra la pared,
pálida la cara, frío en los pies,
defendiéndome de algo que no se dejaba ver,
miré a la derecha, a la izquierda después,
y cuál fue mi sorpresa que, unos metros más allá,
tus manos te estaban dando de beber.
vista al frente, palo rígido en la espalda,
me fui por la senda del humo
con los pies fríos y mohina la cara,
como si no estuvieses, me marché.
Aún la angustia me perdura,
y aunque no logro saber por qué,
desde entonces mi cara
del sol se protege y sigo teniendo fríos los pies,
desde ese día te dejé de querer.
[Juan Carlos García Hoyuelos]
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