Pero, a la vez que Taubira musitaba aquellas estrofas, los
obispos de negro y los gorros frigios, le rouge et le noir, llenaban las calles
de París. La llegada del diablo exigía que los sectores más reaccionarios
pudieran, debieran, dicen, defender a Francia de la barbarie.
La Unión por un Movimiento Popular, la derecha francesa,
convocaba manifestaciones tratando de degradar la propuesta y, entre los unos y
los otros, se les acabó yendo de las manos una situación que nunca debieran
haber provocado.
Las palizas a homosexuales, las agresiones, las detenciones, han
sacado de Francia lo peor de aquel recuerdo de Carlos X o de Luis XVIII. La
violencia conservadora, la reacción premeditada, la ignorancia, la incultura,
sin embargo, no podrán con la República, con los socialistas, con todos
nosotros.
Ni siquiera el político conservador, Phillipe Cochet, tan
vociferante como irascible, quien inopinadamente acusaba a los socialistas de
“asesinar a los niños de Francia”. Qué horror que la tierra de la libertad vea
tomadas sus calles por la basura.
Los diputados, mientras hablaba la ministra, musitaban el poema:
“cuando estéis en el tiempo de cerezas, vosotros también penaréis el amor”. El
recuerdo de la Comuna, la historia de Francia, repetida.
Cuando las revoluciones se agoten, cuando sean sofocadas, cuando
se conviertan en recuerdo y se agolpen entre otras injusticias en el baúl de la
desmemoria, volverán más temprano que tarde a revolverse frente a la sinrazón.
Siempre hay alguien que sueña con borrar las injusticias y la reacción, aunque
dure muy poco su llegada, año tras año, tarde o temprano aparece… el tiempo de
las cerezas.
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