Llamaba la madrugada
con los nudillos
en la almohada;
nos devolvimos
las manos que tomamos prestadas.
Mientras miraba tu trémula mirada,
pensé, desde donde a
partir de aquel
día desmenuzo las marejadas:
he oído el cauce de tu sangre
buscándome en el delta,
néctar en el encuentro,
fértil niebla al retirarse.
Y al retirarse, aún estabas.
Con la madrugada, el alba
que, muerta de celos, sospecho,
aplastó con sus puños la arena,
y, no satisfecha, te bautizó
con agua de afluente
para que nunca me encontraras.
Si lograra discernir
cuál de los ríos
sabe a tus sedimentos, iría sin detenerme hacia ti.
Que descubran mi olor
a océano, da igual, nada impediría
llegar a tu
lado,
un último romance de anádromo que dar a esta agonía
de nuestros besos albos.
[Juan Carlos García Hoyuelos]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante.