miércoles, 8 de mayo de 2013

AMOR DE LÉGAMO


Envidio al pájaro

porque sólo su trino envejece.

No  dispongo

del tiempo suficiente

para que esta herida

de tono rosáceo, desgarro efebo,

batalla perdida al amor

(una distinta, que no otra),

envejezca antes de que los labios

se agarren con desiguales jarcias

al perímetro de mi boca.

 
Envidio a ese árbol centenario

por morir como ha nacido,

de haberlo hecho en otoño

para que todos creamos

que está dormido:

sin flores muertas, sin hisopos,

con nombres encerrados

en un racimo de corazones,

y aunque las lactantes primaveras

no volverán a él, no lo harán

(sus largas mamas quedaron yermas),

aquellos amores, aquellas líneas

repasadas con resina, viven

en su arrugada gabardina.

 
Envidio a la luna, capaz 

de asesinar a la tarde,

sin remordimientos, ningún reproche,

acabados los ritos del apareo,

regueros de sangre en el horizonte;

y de la misma manera, por amor,

yace con la primera mirada

cautivadora del sol.

Apenas siente la efervescencia

de su enamoramiento,

da a luz  a las lágrimas de la mañana

que por nuevas mi vida,

que no mi herida, envejece.

Suerte la vuestra, cada día

se os concede

otro envido a la  muerte.
 

Envidio al pájaro, a ese árbol centenario,

a la luna, sea viento en mi lecho

o mi amante de cartón.

Maldigo este amor de légamo, el mío.


[Juan Carlos García Hoyuelos]

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