Ahora, cuando no puedes escucharme,
cuando te adivino en la memoria
de los gestos que ya extraño,
cuando es probable que el teclado
no vuelva a saber de nosotros,
destrozo el émulo de mi orgullo
en las córneas de la ventana.
Llanto de niño adulto, por un
amor
que cae a empujones contra
la carne rala del suelo.
Atónito en sus mil pedazos,
observo su placenta desgarrada
sin saber qué hacer;
son demasiadas las palabras
que, dispersas, te llaman boca abajo.
Aunque robasen el habla,
por favor, no les prestes mínimo caso.
Demasiadas para reconciliarme
con tu ambigua sinceridad, con tus lágrimas de acero,
demasiadas fueron;
ninguna de ellas podré olvidar.
Pero también sé, aún me conozco,
que jamás dejaré de amarte,
y que estos párpados con edemas,
senos de un melanoma en el corazón,
buscarán un atisbo de alivio cuando mi sangre
se oscurezca en una luna nueva
de cuatro vértices.
[Juan Carlos García Hoyuelos]
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