Amanece. Tu piel deslizante,
erizada sin previo aviso
al sentir la caricia del aire,
se viste con las mismas prendas
que se pondrá a última hora la tarde.
Tengo entre mis dedos
tu camisa dorada y… algo de tu sed.
La mañana se ruboriza
sobre tu cuerpo insinuante,
y aun con todo su mirada no se aparta
de tus juegos eróticos con la mar,
frente a la algarabía
de los vuelos de las medias lunas.
Tengo en mis labios
tu señuelo y… toda tu
fiebre.
Por tener tus poros descosidos
de la llamada del reflujo,
comisura sabor a sal,
y morir las huellas tras el primer apareo
con la pleamar,
permaneces siempre tersa, lozana,
de posturas irresistibles.
tu fragancia y… nuestras brisas mezcladas.
[Juan Carlos García Hoyuelos]
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