Aunque nuestro primer llanto
llevaba el mismo estribillo,
de formas distintas, muy distintas,
apretamos las lentes
del vértigo con las manos.
Y así seguimos.
de la vida en el viejo olivo
nos obligó a negar lo que nadie deja
de ser, esos niños a los que les crecieron
los pantalones cortos.
Que te quiero, bien lo sabes,
tu risa es mi alma
y mis alegrías arraigo
en tus penas
para que te acicales con un nuevo
plumaje por si enerva el frío.
Ni el giro del aire, ni la agudeza
táctil de una patria logrará distinguirnos;
hemos destruido los sinónimos
que nos hicieron parecidos,
cualquier vestigio son hojas
que cayeron para su desdicha
en nuestras todavía más iguales sombras.
… Pero ella no, que en ninguno de los dos repare,
que acuda a la cita tarde, de sobra
sabe quiénes somos en esta diáspora
de emociones, de caricias de malhechores,
de ventrílocuos de silencios, de efugios inmóviles,
y con quién de nosotros deseará casarse primero.
[Juan Carlos García Hoyuelos]
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